¿QUÉ HAY DETRÁS?
Cuando era pequeña, casi una recién nacida en este mundo virtual del que formo parte, todo me parecía maravilloso. Bebía y me alimentaba de todo y de todos en mi afán por aprender y descubrir cosas nuevas, espacios, países, gentes y culturas, maneras y modos, comportamientos y reacciones... tenía sed de saber, sed de dar, sed de comunicar... Siempre en la ingenuidad o inocencia (llamémosle así) del que carece de progenitor y guía en sus primeros pasos, en su echar a volar por las peligrosas tierras habitadas de mi segundo mundo.
Me faltó una madre, que me arropara y me acunara. La que me protegiera y me cuidara. A la que pudiera contar mis tropiezos, mis angustias, mis alegrías o mis penas sin que me reprochara, sin que me aturdiera, sin que me juzgara. Y me faltó un padre que me aleccionara en este mundo, que me enseñara a saber levantar el vuelo y a mantenerme en el suave planeo aprovechando los vaivenes del viento y sin perder el rumbo ni la vista del horizonte, que me enseñara a ser yo misma y a discernir todo aquello que está bien o está mal; a descubrir a aquéllos que juegan con nosotros con fines ilegítimos, deshonestos e inmorales.
Nacemos solos, huérfanos y cojos. A medida que vamos creciendo y tropezando en las dificultades sociales del mundo virtual nos vamos dando cuenta de todo lo que nos rodea y, así, aprendemos. Hay cosas bellas, buenas, extraordinarias. También hay cosas malas, pero no por sí mismas, sino porque sus habitantes las han hecho así. Y esos mismos habirantes contaminan el espacio, el aire... con una perfecta y espesa tela de araña que, en una amanecer de escarcha, brilla preciosa para deleite de nuestro ojos; y nos llama a acercarnos a ella, ¡es tan bella, tan irresistible!... ; el ser que la habita trabaja sin descanso día y noche y sale a saludarnos con una sonrisa encantadora, nos adula con sus palabras, nos atrae con su mirada, nos enamora con un silencio cómplice.... nos espera....
Sin darnos cuenta estamos atrapados en su mullida, fría y mortal tela, pero no sabemos o no queremos verlo porque él, en su magia cruel, hace que sintamos el calor de su voz, de su aliento... todo es perfecto. Él sonríe, la ha vuelto a conseguir. Otra víctima más con la que ensañarse, en su desgracia, en su castigo, en su infernal mundo, en su soledad más absoluta.
Momentáneamente feliz con su conquista y mientra dure el juego de la seducción, la tendrá a su merced. Pero ella conseguirá escapar, abrirá los ojos, se sacudirá el frío y amargo rocío de su piel helada y él, en su amargura, quedará solo otra vez... como siempre.
Porque el ser no es feliz de otra manera. No siente como nosotros. No existe la compasión en su rota y descompuesta alma. Ya no le queda un resquicio para nada. El vacío más absoluto y ese juego absurdo que le llevará, irremediablemente, a su propia autodestrucción, a su abismo prefabricado y elegido del que no quiere salir porque él mismo lo ha elegido.
Y hoy, otra vez, me invade la tristeza. No por mí, sino por él. Su infancia en este mundo, infeliz y coja, sin guía, sin protección, sin poder aprender a compartir y a respetar y tomando el camino equivocado de la soberbia y la prepotencia, ha hecho que un sentimiento de compasión se apodere de mí. Y hoy, a pesar de su oscuridad, le quiero y le protegeré aún más. Se que dolerá.
Pero no os preocupéis porque sigo aprendiendo y compartiendo este sentimiento que me hace seguir cada día. No quisiera que vosotros cayérais en sus bellísimas telas entretejidas con todo lujo de detalles. Tened cuidado. Están por todas partes, esperándoos....
- Sigo viendo con ojos transparentes la belleza que este mundo esconde -
Pepys.